RECONCEPTUALIZACIÓN SOBRE ANALFABETISMO Y ALFABETIZACIÓN DE ADULTOS
Por Lisardo Enríquez L.
Desde cualquier punto de vista,
el analfabetismo representa un malestar de injusticia. Esto es así porque tiene
relación directa con las desigualdades económicas, sociales, étnicas y de
género. La desigualdad en el acceso a la educación está vinculada con la
desigualdad en el acceso a los satisfactores básicos para tener una vida digna.
Esta relación hace que se limite significativamente su atención cuando es de
manera unidireccional, es decir, por parte de un solo sector como es el
educativo.
Las elevadas cifras de
analfabetismo que se siguen registrando en el mundo, han llevado a replantear
las políticas y a reconceptualizar lo que es analfabetismo y alfabetización. A
partir de la década anterior se ha ido haciendo a un lado la perspectiva según
la cual el analfabetismo es una enfermedad que se debe erradicar en forma
rápida mediante la prescripción y administración de un medicamento eficaz. En la
reconceptualización se ha dado un vuelco para considerar a la alfabetización
como un proceso en el que están implicados factores sociales, económicos y
educativos que no se pueden superar de raíz en poco tiempo.
En la Conferencia de Educación
Para Todos (EPT) celebrada en 1990 en Jomtien, Tailandia, se amplió la
definición sobre el objetivo de la alfabetización al incluir las competencias
de aprendizaje básicas (CAB) que se refieren no sólo al manejo de los
conocimientos fundamentales de lectura, escritura y cálculo, sino también la
atención a otras aptitudes relacionadas con la solución de problemas y para desenvolverse
en la vida. La idea es promover una mayor autonomía en las personas, de tal
manera que estén preparadas para hacer frente a los problemas que se les
presenten en diversos ámbitos y momentos, tomando las decisiones de carácter
práctico que se requieran.
La Oficina Regional de la Unesco
para América Latina y el Caribe llevó a cabo antes del año dos mil un estudio
en siete países, en cuyos resultados se señala que se requieren no menos de
cinco o seis años de escolaridad para que una persona sea considerada realmente
alfabetizada.
Otro estudio es el que dirigió
Judith Kalman hace diez años sobre lecto-escritura con mujeres en Mixquic, una
comunidad de los alrededores de la Ciudad de México. En la publicación sobre
los resultados de esa experiencia dice que
el conocimiento de las particularidades de la lengua escrita, el propósito de
su uso y el contexto se construyen de manera integrada, por lo que la
alfabetización no necesariamente tiene que partir de las letras y su sonido.
Por lo tanto, el aprendizaje de la lengua escrita tiene que ver directamente con su uso en el
ámbito social del cual forman parte las personas, y para esto se requieren
muchas y variadas experiencias con materiales escritos, así como motivación
para leer, escribir e interactuar con otros.
Ambos estudios demuestran que la
satisfacción de las necesidades educativas de jóvenes y adultos necesita tiempo
suficiente. Como dice Kalman en su libro “Saber lo que es la letra”, no hay
vías rápidas, ni remedios instantáneos. Lo que es importante es la constancia y
la continuidad en un proceso que asegure la apropiación de la lectura y la
escritura, mediante el uso en situaciones que tengan sentido para quienes
aprenden, ya que de otra manera la alfabetización no se alcanza plenamente.
Por ello, el proceso debe tener
en cuenta las condiciones objetivas de la vida de las personas y, por lo mismo,
responder a sus necesidades e intereses tanto inmediatos como de largo plazo.
Sin embargo, se considera que persiste como otro de los obstáculos para las políticas
en esta materia, el hecho de que no se tengan identificadas realmente esas
necesidades y esos intereses.
En síntesis, la alfebetización
debe tratarse de una manera más amplia, tanto en su aspecto didáctico como en
el social, el político y el económico. Se trata de una preparación consistente para que los adultos
participen activamente en el mundo social en el que se desenvuelven.